El año pasado, un caluroso día 1 de agosto, mientras paseábamos por el parque San Pablo, recogimos del suelo un pequeño verderón caído, que apodamos con el nombre de "Martín" y que nos acompañó en gran parte de dicho mes y principios de septiembre, antes de otorgarle su deseada libertad.
Una tarea que no fue nada sencilla por mi inexperiencia en alimentar aves, y por el constante miedo al hecho de una posible muerte, cosa que nunca ocurrió y que me permitió abrirme un poco más a este tema de la recogida de aves caídas.
Está entrada comienza por el lejano mes de febrero de este mismo año, mucho antes de que el calor se impusiera y de que nos obligara a quedarnos en casa. Los lectores "añejos" del blog reconocerán rápidamente que mi pasión por las aves me ha llevado muchas veces a colocar, cambiar y restaurar multitud de comederos urbanos que coloco puntualmente en mi terraza para que las aves urbanas puedan alimentarse.
Durante el frío invierno, muy contrastado con el actual verano, una ola de gorriones se asomaban constantemente para alimentarse en el comedero casi todos los días, sin embargo, en una ocasión y mientras mi madre recogía la ropa tendida, dos verderones llegaron a la terraza, una hembra y un macho, que mientras uno comía, el otro observaba. Sin percatarse de su presencia, mi madre pasó hacia dentro, justo cuando se dió cuenta de las dos figuras verdes que ahora estaban a menos de dos metros de ella y sin apenas inmutarse.
Cuando el menda regresó del colegio, mi madre le contó la historia con lujo de detalles y más tarde yo mismo pude comprobar que esta pareja venía bastante a menudo, y que no parecían tenernos miedo.
Parecían, si me apuras, conocer la terraza de cabo a rabo, en especial uno de ellos que parecía ser el macho. Poco después comencé un experimento digamos dinámico, donde intenté replicar algunos conceptos de la vida del verderón Martín en su tiempo de cautiverio, para así comprobar que se trataba de él, esto porque nunca decidimos ponerle ninguna marca que lo identificara en el futuro.
Él ha estado viniendo desde entonces junto a su pareja para beber, alimentarse y cantar aquí, incluso ha llegado a traer a sus dos polladas a la terraza para enseñarles como yo lo hice antaño con él.
Hace pocas semanas los verderones comenzaron a movilizarse en bandos para marcharse al campo tras el mes de septiembre, tiempo en el que desaparecen hasta casi primavera.
Ayer, tras varios días volvimos a verlos, bajaron a comer con nosotros en la terraza y más tarde se marcharon.
No tengo ninguna prueba total que se trate del mismo verderón que se alimentaba en mis manos, pero tampoco tengo ninguna duda.